
La mañana del 19 de septiembre de 1985 quedó marcado como uno de los episodios más trágicos y transformadores en la historia de México.
A las 7:19 horas, un terremoto de magnitud 8.1 sacudió el corazón del país, provocando la caída de miles de edificios y la pérdida de miles de vidas en la Ciudad de México y estados vecinos.

Lo que inició como un colapso urbano se convirtió en un parteaguas social. Las calles se llenaron de voluntarios que, sin esperar instrucciones oficiales, organizaron brigadas de rescate, atención médica y apoyo a los damnificados.
En medio de la tragedia, nació una ciudadanía activa, solidaria y consciente de su fuerza colectiva.

La catástrofe también reveló la fragilidad de las instituciones. La respuesta oficial, lenta y desorganizada, fue duramente criticada y provocó un cambio profundo: el terremoto abrió paso a la creación de nuevas políticas de protección civil y a la instauración de simulacros nacionales como una estrategia permanente de preparación.
Hoy, cuatro décadas después, el 19S no solo se recuerda como una fecha de luto. Es también un símbolo de resistencia y unidad, un recordatorio de que de los escombros surgió una sociedad más organizada y exigente con sus gobernantes.

El sismo de 1985 no solo derrumbó edificios; derribó indiferencias y despertó la conciencia colectiva de un país que aprendió que la prevención puede salvar vidas.













