
Enclavado en la región del Soconusco, al sur de Chiapas se encuentra Acacoyagua, un lugar donde las tradiciones Japonesas y mexicanas conviven en perfecta armonía. Con más de 120 años de historia, esta comunidad es conocida como “el pequeño Japón de México”, un rincón que guarda las huellas de los primeros migrantes nipones que llegaron a nuestras tierras buscando nuevas oportunidades.
Fue en 1897 cuando el diplomático Japonés Takeaki Enomoto lideró la primera migración de su país hacia Latinoamérica. Treinta y seis jóvenes partieron desde Yokohama rumbo a Chiapas, aunque solo 35 lograron llegar al puerto de San Benito actual Puerto Madero, dando inicio a una historia de esfuerzo, integración y respeto mutuo.
Estos primeros colonos soñaban con establecer una próspera comunidad agrícola sin embargo, el clima tropical, las lluvias intensas y las enfermedades pusieron a prueba su fortaleza. Solo seis de ellos permanecieron en Chiapas, asentándose en lo que hoy es Acacoyagua, guiados por Azajiro Yamamoto, quien fundó la finca Tajuko, considerada el primer asentamiento Japonés de América Latina.
Con el paso del tiempo, los japoneses y los locales formaron una comunidad única se mezclaron culturas, nacieron familias, y el arroz sustituyó a la tortilla en muchas mesas. Este intercambio marcó el origen de una nueva generación: los nikkeis, descendientes de japoneses que hoy preservan con orgullo las tradiciones de sus ancestros.
En la actualidad, es un pueblo donde el idioma japonés se enseña en las escuelas públicas en la Secundaria General “Centenario de la Migración Japonesa”, los estudiantes aprenden sobre disciplina, respeto y limpieza, valores transmitidos desde la cultura nipona.
Cada año, la comunidad celebra el Hanami, una festividad tradicional japonesa que invita a contemplar la naturaleza y valorar la vida. En el Parque Central Enomoto, las familias se reúnen para rendir homenaje a sus raíces y fortalecer los lazos entre ambas culturas.
Caminar por las calles es descubrir un México distinto: nombres japoneses, costumbres ancestrales y una gastronomía que fusiona lo mejor de ambos mundos. Se pueden degustar platillos que combinan ingredientes locales con técnicas orientales, una experiencia que sorprende a los visitantes.
El legado de los migrantes sigue vivo no solo en los apellidos Yamamoto, Nishizawa o Kaetzu, en el espíritu trabajador y respetuoso de su gente.
Hoy, más de 1,500 familias nikkeis habitan en la región manteniendo viva una herencia que se ha convertido en símbolo de amistad entre México y Japón. Es una experiencia cultural y espiritual que invita a redescubrir la historia desde la diversidad y el encuentro entre dos pueblos milenarios.
Un viaje a este rincón del Soconusco no solo permite conocer una historia fascinante, disfrutar de la calidez de su gente, su gastronomía, su paisaje y su espíritu de unión. El alma japonesa florece entre montañas tropicales y tradiciones mexicanas.