
En medio de los paisajes ribereños de Campeche existe un rincón que parece detenido en el tiempo: Palizada, un Pueblo Mágico que no solo enamora con su arquitectura pintoresca y su ambiente tranquilo, guarda una sorpresa monumental que pocos imaginan. Aquí, junto al malecón se levanta una réplica de la Estatua de la Libertad, una imagen que desconcierta y fascina a los visitantes que no esperaban ver semejante símbolo en el sureste mexicano.



Aunque muchos asocian este monumento exclusivamente con Nueva York, la historia de Palizada demuestra que la identidad mexicana puede dialogar con símbolos universales. La estatua instalada aquí —pintada de blanco, de cuatro metros de altura y completamente integrada al paisaje ribereño— se ha convertido en uno de los íconos turísticos más fotografiados de la región.
Su presencia no es casual ni caprichosa la réplica fue instalada en 1949 para rendir homenaje al espíritu liberal y valiente de los habitantes del pueblo. Durante la Intervención Francesa, en 1867, los paliceños formaron una brigada decisiva para defender la zona y apoyar la creación del estado de Campeche. Su participación fue tan relevante que el gobernador Pablo García y Montilla les otorgó el título de “Palizada Patriótica y Liberal”, un reconocimiento que mantiene viva la memoria de su lucha.
Con el paso del tiempo, la comunidad decidió erigir un monumento que encapsulara ese orgullo, la figura inspirada en la obra de Frédéric Auguste Bartholdi fue la elegida para simbolizar libertad, unión y firmeza. Desde entonces, se convirtió en un emblema que distingue a Palizada de cualquier otro Pueblo Mágico del país.
Más allá de la estatua deslumbra por su singular arquitectura de influencia francesa, durante el auge comercial del siglo XIX, el palo de tinte —un bien preciado en Europa— permitió que llegaran al pueblo las famosas tejas francesas que hoy coronan la mayoría de sus casas. Se estima que existen entre 220 y 250 edificaciones con esta característica, lo que convierte en un museo vivo de historia y color.
Caminar por sus calles es disfrutar un espectáculo visual donde destacan fachadas alegres, jardines floridos y corredores de madera que mantienen la esencia tradicional del sureste. La Parroquia de San Joaquín, construida entre 1835 y 1847, se alza como uno de los edificios más representativos y es testigo del paso de generaciones enteras.
La vida cotidiana gira en torno al río Palizada, un afluente que alimenta la economía, la gastronomía y la identidad del pueblo. En su malecón especialmente al atardecer, se reúnen familias, visitantes y pescadores, creando una estampa cálida que refleja la tranquilidad del lugar.
Quienes buscan una experiencia más cercana a la naturaleza pueden recorrer el río en lancha y adentrarse en sus humedales. Allí es posible observar cocodrilos, monos aulladores, tortugas, iguanas y una amplia diversidad de aves que convierten la región en un paraíso para los amantes del ecoturismo.
Entre los atractivos naturales más queridos por los habitantes se encuentra El Playón, una pequeña playa formada por la confluencia de los ríos, ideal para nadar, descansar o simplemente disfrutar del clima tropical. Su ambiente relajado lo convierte en un punto obligado para quienes visitan el pueblo por primera vez.
La gastronomía es otro de los grandes orgullos locales, se disfruta una cocina llena de tradición donde destacan la mojarra frita, el pejelagarto asado, los tamales colados, el chocolate caliente artesanal y los mangos que crecen casi por todas partes. Los sabores del río y de la tierra se combinan para ofrecer una experiencia culinaria auténtica y memorable.
Conocido como la “Perla de los Ríos”, es un destino que resume la riqueza cultural, histórica y natural de Campeche. Su estatua de la libertad no solo es una curiosidad turística, un recordatorio del carácter y la fuerza de un pueblo que supo defender su libertad. Hoy, este rincón sigue siendo uno de los secretos mejor guardados del estado y una visita obligada para quienes buscan una experiencia única y profundamente mexicana.